miércoles, 19 de enero de 2011

Cuando la razón se va

“Una vez el espejo de los tiempos ante mí estaba. Su mirada fría y distante, asustaba. Al ver en sus entrañas una lágrima no llorada, reí con ganas.” Anónimo






Acostado en el piso de cemento de su celda, Juan podía pasar hasta días enteros. Desde allí podía dedicarse a su entretenimiento de observación. Esperar, con esmerada paciencia, el transitar de cualquier insecto, con el que pasaba horas, mientras recorría con el pincel de su índice, la silueta de la sombra que refleja su cabeza en el piso, cuando el sol atraviesa los barrotes de la ventana del calabozo de confinamiento, donde permanece desde hace años. En sus pensamientos tiene una explicación para cada uno de los acontecimientos del día y habla consigo como si tuviera compañía.

En el pequeño espacio de escasos dos metros cuadrados solo hay una colchoneta y un pequeño lavamanos pegado a la pared. No hay espejo.

Con precisión militar recibe a diario sus comidas, sin ningún tipo de contacto con el personal de custodia. La bandeja aparece en un recipiente rotatorio unido al mecanismo metálico de la puerta.

Al poco tiempo de no escuchar ni ver a nadie, ni verse en un espejo, la razón de Juan empezó a tambalear. Comenzó por cuestionar su propia existencia.



CONTINUARA....

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