Por la calle del pueblo ya se comenta la existencia de un cierto grupo de letras quienes se hacen llamar acentuadas. Llevan su tilde con tal gracia y finura que no tratan a nadie ni a la i que siempre las ayuda .
Las palabras bonitas son siempre invitadas en una buena escritura, pues transmiten dulzura y además la atención del lector capturan. Si son realmente apropiadas y la ocasión es oportuna, brillan con luz propia en la noche más oscura.
Engalanadas y de andar muy ligero, aparecen las frases con su alegre movimiento. De muy lejos, hojas blancas llegaban al festejo, con rayas, cuadriculadas, las pequeñas, aún siendo sobres correteaban entre las mesas mientras las grandes, cartas, dobles y hasta las extravagantes oficio, intercambiaban opiniones y repasaban las últimas noticias.
La fiesta era todo un acontecimiento. En silencio, aunque con la alegría de las imágenes, celebraba el pensamiento la creación, gracias a su eficiente equipo de neuronas, de tantos versos, poemas y sainetes, que para la gran mayoría de habitantes del pueblo, eran dignos de admiración y orgullo territorial por los éxitos de los allí nacidos y un ejemplo a seguir por los niños, las nuevas generaciones.
De pronto y de improviso salió a balar el papel negro, antiguo creador de copias hoy carente de actualidad, algo que ninguno de los presentes era capaz de tolerar.
Unos gritaron: “que lo saquen”, la fiesta debe continuar, mientras corriendo salía, lo más selecto del pensar. Se fueron los versos y las rimas a bailar con las hojas blancas adonde ningún Niche pudiese entrar.
De pronto una luz comenzó a brillar en el fuero interior de los presentes y todos de rodillas, perdón pedían al negrito. Este inocente silbaba una tonada aprendida en los muelles y no salía de su asombro al ver sonrisas y tantos dientes.
Todos somos iguales, sea mucho poco o nada lo que se tiene.
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